10 de julio de 2006

Poco fútbol, poco Zidane

Después de un mes de campeonato llegó el final, la despedida de un acontecimiento que sólo ocurre cada 4 años. El 18º Mundial de Fútbol se despidió ayer del mundo con el nombramiento de Italia como nueva campeona. Los de Lippi consiguieron su 4º título mundialista, sobrepasando a la anfitriona Alemania (3) y quedándose a tan sólo 1 de los pentacampeones brasileños. En un Mundial donde lo que menos se ha visto ha sido fútbol, han caído favoritas como Argentina, Brasil, Inglaterra, e incluso España. Han sucumbido al "fútbol" defensivo y reservado de Francia, Italia y Alemania, un "fútbol" que se seguirá poniendo entre comillas hasta que se borre de nuestra memoria la concepción que se tiene de este deporte: ataque, juego, fuerza, garra, entrega... Aspectos que tan sólo se les ha visto a un par de selecciones en determinados partidos en este Mundial, como Argentina, España, Alemania (en la primera fase) y el juego de la vigente campeona en la prórroga frente a los anfitriones.
Dejando de lado este aspecto, Italia levantó el gran trofeo dejando las esperanzas de Francia en el punto de penalti, donde se decidió finalmente la contienda. La segunda vez en la historia de los mundiales que se debe recurrir a los penaltis para decidir al campeón (la primera, en Estados Unidos en 1994; en la que ganó Brasil precisamente contra Italia). Una final fría, falta de emoción, de goles, de juego; y en la más que el recuerdo de Cannavaro levantando la Copa Mundial, se recordará la triste despedida de un grande del fútbol.
Zinedine Zidane, el mago francés, elegido hace tan sólo unos minutos como mejor jugador del Mundial, aspirante máximo a levantar la Copa del Mundo y retirarse por todo lo alto, mostró ayer su faceta agresiva, agrediendo de un tremendo cabezazo a Matterazzi y autoexpulsándose del encuentro en la prórroga del partido. El astro francés dejó un sabor agriducle en el final de su carrera. Fue capaz de adelantar a su equipo con un penalti "a lo Panenka", magistral, digno del gran jugador que ha demostrado ser. Y aproximadamente 100 minutos más tarde, tras compartir unas palabras con el autor del empate italiano, Matterazzi, le propinó un cabezazo en el pecho que acabó con la tarjeta roja directa al mediocentro francés. La última imagen que se vió del mejor jugador del mundo en un terreno de juego; Zidane pasando con la cabeza gacha al lado de la copa dorada, aquella que quiso levantar por última vez, pero que los nervios le traicionaron y no pudo ser, no esta vez.
Y de los campeones, poco se puede decir. Realizaron un asedio en los primeros minutos de la primera mitad a la portería de Barthez, Luca Toni tuvo la épica remontada en su cabeza en un saque de esquina de Pirlo que acabó estrellándose en el larguero; pero poco más. La azzurra reculó sus propios pasos en la segunda mitad y se dejaron dominar por la escuadra francesa, que con dos toques de calidad de Herny, Ribery, Malouda y un remate de cabeza de Zidane, asustaron a Buffon y compañía que ya estaban rezando para que llegara la tanda de penaltis. Y sus plegarias fueron escuchadas. El extraordinario lanzamiento de penaltis se manchó con el fallo de David Trezeguet, otorgando finalmente el título a los italianos.
Una final extraña, una final cuyos protagonistas nadie esperaba, una final en que el nivel del fútbol mundial volvió a caer en picado, una final que deja una gran mancha en la gran carrera de Zinedine Zidane y que sólo sirve para que los italianos se lleven su cuarto título mundial y para que nosotros sigamos soñando. Soñar en una final en la que esté presente España y soñar por una final en la que esté presente el fútbol. Au revoir, Zidane.