Resulta llamativo que a principios de noviembre se haga entrega de un trofeo a un jugador que ha pasado totalmente desapercibido en los últimos seis meses. Ronaldinho Gaúcho ha revalidado el título concedido por más de 40.000 profesionales del fútbol, el Fifpro, galardón que ya conquistó la pasada temporada. Y gracias debería dar el brasileño a que este premio se ciña exclusivamente hasta el final de la pasada campaña.
Pero sigue siendo extraño ver a un jugador en la sombra levantando un trofeo que lo define como ‘mejor jugador’, sobretodo valorando su paso por las cuatro últimas competiciones por las que ha pasado Ronaldinho, sin dejar rastro alguno de su insignia de oro. Primero el Mundial, donde ni se vio a Ronaldinho ni se vio a Brasil. Resulta todavía contradictorio escuchar a aquellos que achacan el bajón del astro brasileño al desgaste físico por el Mundial, donde la selección brasileña no pasó de cuartos de final y en la que Ronaldinho ni apareció. A continuación vino la final de la Supercopa de España, ante el Espanyol, en la que el Barça salió airoso gracias al partido de vuelta. El brasileño tampoco estuvo aquí brillante. El mazazo de la Supercopa de Europa fue la primera premonición de que este Barça (y este Ronaldinho) no iba a pasearse como en las dos últimas temporadas. El Sevilla demostró su gran valía derrotando contra todo pronóstico a los de Frank Rjkaard en Mónaco por un cómodo 3-0. ¿Y Ronaldinho? Sí, sí, salió con el once titular, lo que no jugó.
Y lo más estrepitoso llega con el arranque del campeonato nacional, donde el crack azulgrana ha marcado seis goles, de los cuales cuatro han sido de penalti. Y no es que los haya provocado él, no. Él manda, es el lanzador del equipo, y cuando se pone cualquier jugador con algo de talento desde los once metros es muy difícil fallar. Por lo demás, Ronaldinho ha vivido en la sombra en la mayoría de partidos. No baja a defender, no provoca peligro ni impone respeto al rival, como sucedía antaño. Con la adquisición de este trofeo, lo único que se consigue es engañarse a sí mismo, limpiando con el brillo del triunfo unos últimos seis meses negros. En resumidas cuentas, un merecido premio por el Ronaldinho que fue. Por aquel símbolo del Barça que llevó al equipo de la mano a la conquista de la segunda Liga de la era Rjkaard y de la segunda Copa de Europa de la historia azulgrana.